Ya se ha dicho y se ha dicho bien, que cada cofrade lleva en sí una Semana
Santa distinta y particularísima, que nos plantea la imposibilidad de su exacta
exposición. Una Semana Santa, como grabada a fuego de fervores en las fibras
más íntimas del espíritu y por tanto, totalmente inaprehensible a través del
medio discursivo.
No voy por ello, a intentar descubriros aquello que sólo puede descubrir la
propia ilusión de vuestro sueño; voy a exponeros sencillamente, esa Semana
Santa que vibra por los más ocultos rincones de mi sangre, y que yo quisiera
asemejar totalmente, a esa que corre por vuestras venas, en estos días de
vísperas solemnes y a flor de todos los sentidos.
Quiero para ello, partir del punto donde nace esa especie de constante
deseo, que por hondo y sentido, jamás podrá ser explicado, y de donde
necesariamente tiene que brotar la canción poemática que nos lleve a la fiel
evocación de aquel momento fijo en nuestro recuerdo, como una soleá quebrada
por algún oculto y florido rincón trianero, donde fue a convertirse en
emperadora del cante, para unida con el "martinete" y la
"seguiriya", hacerse ritmo doloroso en labios del requiebro, y así
cantar, como sólo en Sevilla puede y sabe cantarse, -con sabor de pena y sangre
entremezclados- la Pasión Bendita de Dios, que por salvarnos y redimirnos, se
hizo carne, habitó entre los hombres, y sufrió muerte cruenta, sobre el Árbol
Divino de la Cruz.
No intentaré tampoco -porque queda fuera de mis conocimientos y lejos de mis
posibilidades- recurrir al fondo teológico o filosófico de nuestra gran Fiesta
religiosa; ni me servirá tampoco de apoyo argumental, la cita ni la anécdota.
Seguiré la línea trazada desde el principio con la sola ayuda de mi propio
sentir, y uniendo mi corazón al vuestro, comenzaremos nuestro espiritual
recorrido por las esquinas y revueltas de la ciudad, tras la evocación de
cualquier itinerario vivido tantas y tantas veces y comentado después en
múltiples y distintas ocasiones, cuando la nostalgia del momento llevaba
consigo toda la fuerza arrolladora del recuerdo.
Por eso quiero que sepáis, y no olvidéis, que a la evocación de cualquier
Imagen o Cofradía, no deberemos nunca circunscribirnos a ella concretamente.
Sobre la Vía Dolorosa de Sevilla, sólo existirá el
Cristo y la Virgen de la particular devoción de cada uno; y una voz que cante,
y un corazón que sienta, y todos los ojos unidos en una misma mirada y en una
idéntica contemplación; en esa contemplación, que hace llorar nuestra sangre
por sus más recónditas aristas; que incendia de goce celestial las alas de
nuestro espíritu; que llueve de flores nuestro más limpio sueño, y que va
repitiendo a cada paso, que aquello que estamos contemplando, es el poema más
maravilloso y perfecto que ningún pueblo de la tierra pudo ofrecer, como
fidelísima interpretación de la Pasión Redentora. Porque tenía que unirse en
íntima y apretada conjunción, la luz y el color, la pena y la alegría, la
gracia y la belleza, y de ello surgir el milagro de nuestra Sevilla, de nuestra
primavera y de nuestra Semana Santa, que por ser como es, tenía que ser única y
sin posible semejanza, a pesar del esfuerzo totalmente estéril, de los que
copiándola, intentan arrebatarle inútilmente su eterna primacía.
- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 1956.
Antonio Rodríguez Buzón.
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