Tú estabas
muy lejos de todo, muchacha. O, mejor: nosotros estábamos muy lejos de ti. Era
tanta la distancia entonces entre tú y nosotros,
que ir a ti era una aventura cuasi de emigrante. Y entre los dos, un cosario
que era recibido con honores de Rey Mago cuando ¡por fin! nos traía de Segarra
los zapatos de nuestro número; un servicio de Correos en el que la carta de una
declaración de amor llegaba dos semanas más tarde que el olvido; y una
centralita de Teléfonos donde una conferencia para avisar de un fuego
en los pinares llegaba cuando los pinos chamuscados ya eran vigas en los techos
del pueblo. Con unas carreteras en las que suponía menos calvario andarlas por
la cuneta, malas carreteras donde hasta los aviones sentían los baches, sólo el
tren, esa limpia puntada que cose el roto de las distancias, ponía la única
modernización entre nosotros. Siempre el tren, Herrera, siempre el tren, ese
tren que escribe en dos líneas el más hermoso libro de viaje.
Y en tren
–en el Ferrobús de las 9- vine a ver mi primera Semana Santa, a la
Madrugada. ¡Ahí, que no se diga! ...Y qué pena no haber sacado el
billete de vuelta... para la una de la noche. Un grupo de muchachos
medio amigos. En mí, la intención de quedarme ante mi primer asombro nocturno
de tu Semana Santa; ellos..., ellos venían buscando “otra noche”. Ellos tomaron
el camino de otras sombras y yo fui a
buscarte, con un amigo, allí donde muerden el tiempo las almenas y tiembla
cinco veces la esmeralda... y un nombre popular lo dice todo cuando la noche se
viste de media noche. La luna se había bajado la celada. Al lejos, una indecisa
cruz de guía. Una llovizna. Un murmullo:
- “Que no sale,
que dicen que no sale...”
Y no salió.
Yo sí había salido. La llovizna seguía empeñada en su manuscrito vertical y
empezó a engordarle la tinta. Y sin paraguas. Mi amigo no necesitó ni un canto
de gallo para negarme. Y se fue, me abandonó, y, aunque nadie me leyó nada,
estaba sentenciado a pasar la noche por mi particular camino de la Cruz, que tú
trazaste en calzada de sombras de piedra donde la calle apenas si podía leer la
lluvia bajo los altos flexos de tristes luces esquineras.
- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 1996.
Antonio García Barbeito.
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