Ya sé, que la Semana Santa de Sevilla -y así lo he citado en varias ocasiones
a través de mi pregón- es algo inexplicable y sólo posible en esta bendita
tierra, por milagro de su luz y de su aire. De ahí, la seguridad de que el
mismo "paso", la misma cera, la misma flor, el mismo nazareno, igual
capataz, idéntico "costalero", en una palabra, la integridad absoluta
de nuestra Fiesta, dejaría de ser, constituir, y representar lo que es, al
faltarle el hechizo de esa luz y ese aire que envuelven la Ciudad poseída sin
duda de la gracia, en esos días conmemorativos de la Pasión, y ante cuya Cruz
se descorrerán después los velos de dolor, para quedar alzada sobre la Ciudad
llovida de sol y de aromas, y más que como surgida de la tierra, como
descendida de los cielos, donde bajo el goce de la Resurrección, se extenderá
el concierto solemne y armónico de la Giralda, y desde el pie de la cual, vamos
a suplicar a Cristo Nuestro Señor y a su Bendita Madre Corredentora; con
palabra reverente y emocionada; con el espíritu postrado ante el altar de
nuestra más profunda devoción; con los ojos nublados de lágrimas sinceras, y
con el corazón rebosante de bendita esperanza, el que concedan siempre a
Sevilla y a sus buenos cofrades, su protección y ayuda; que iluminen el camino
de nuestro constante esfuerzo; que hagan realidad el sueño de nuestra mejor
ilusión, encaminada siempre a su mayor honor y gloria; que cubran y guarden con
alas angélicas, el amplio sendero de nuestra fe; que hagan pródiga la mano de
nuestra caridad; que reinen por siempre en nuestro cristiano sentir; que nos
aparten de la sombra y de la tierra estéril; que sean nuestro escudo y defensa;
nuestro faro y guía; nuestro norte seguro; que nos hagan próvidos en el perdón;
que llenen de luz inefable el día de nuestra existencia; que derramen su
infinita misericordia en nuestra hora final; que sea constante entre nosotros
su divina presencia, y que el vuelo de su protección, luzca eternamente
desplegado sobre el espacio azul de esta Sevilla, que se hace bajo su sol
radiante, como paso de oro para el triunfo de la Muerte Redentora, y como paso
de palio, bajo los tules de la noche, para la gloria hecha flor, en el rostro
-cristal y seda- de la Bendita Reina de los Cielos.
Y que tengan por último la seguridad y aquí finalizo que si alguno de
nosotros así nos lo suplica y desea con todas las veras de su alma, será por
aquella razón que en musical estrofa cantó una voz fuerte y segura, sobre el
pentagrama confuso de una madrugada inolvidable, al cruzar por ella El Cristo
de Sevilla:
Si alguien te alza la mano
o te ofende, Gran Poder,
te juro Dios Soberano
que ése no pudo nacer
bajo el cielo sevillano.
o te ofende, Gran Poder,
te juro Dios Soberano
que ése no pudo nacer
bajo el cielo sevillano.
- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 1956.
Antonio Rodríguez Buzón.
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