Pasa y no
pasa la Macarena, nuestro cuerpo ya no aguanta; buscamos el desayuno, muy
propio de mañana de Viernes Santo, que nos obsequia un amigo y artista, le
dicen Gitano de Oro y allá en su casa cercana de la Plaza de los
Carros, donde siempre me fijo en un catavino de plata con una dedicatoria que
reza, “como tú las dices las pienso yo, Antonio Rodríguez Buzón”, nos
quiere deleitar con buen aguardiente, pestiños, empanadillas y torrijas de
las de siempre. Vamos a recuperar fuerzas.
El pregonero
se queda un poco rezagado viendo la trasera del palio que sigue hacia la
Correduría. Le viene a la mente que cuando era un niño su abuela materna le
contó que allá en la Correduría en plena madrugada, su abuelo Enrique El Almendro,
torero de profesión y cantaor por afición, casi recién
vuelto de torear en América, le cantó una saeta genial a la Virgen de la
Esperanza, y que ella, toda prudencia, vio como el público enfervorecido
le clavaba sus miradas. Antes de irme Señora, te voy a
regalar una
letra para que en los jardines del cielo ese Almendro que era mi abuelo
vuelva a cantar su saeta:
Quisieron
subirte al cielo
para conocer
tu cara
y Tú te
pusiste un velo
pues siendo
la noche clara
eclipsabas
los luceros.
Ya me marcho
Señora , de despedida el último verso de un soneto de Manuel
Machado que ignoro si se dedicaba a Ti, pero que desde luego describe
magistralmente lo que son tus lágrimas cuando te alejas:
¡Con el sol
y la sal que hay en tu llanto!
Pero la
Esperanza no se acaba en Sevilla: Se hace redondez perfecta en la trianera O,
que por ser Esperanza hasta superó la desesperanza de aquellos años duros que
por comprensión, amor y perdón todos debemos olvidar.
También en
la Trinidad resplandece la Esperanza virginal perfectamente interpretada por el
maestro Astorga. Perfección y belleza casi ignorada, pero luz que ilumina el
Sábado Santo.
Dicen que
Sevilla es la ciudad de la gracia, y por eso aquí la Esperanza también se hizo
Gracia. Fui a encontrarme con Ella allá por Caballerizas. Quería yo comprobar
lo que contó Rodríguez Buzón: que los blancos muros rozaba y que una voz le
cantaba al son de los guardabrisas. No, mi querido poeta, no lo pude comprobar,
que la Reina de San Roque, verde de río y de mar, verde de Esperanza cierta,
tiene un nuevo capataz que los blancos muros no roza, y es que ha hecho de esta
rosa una nube que es un vuelo que no sabe de muros ni cales, que cosas tan
materiales no existen en ese cielo que ahora es Caballerizas. La voz le sigue
cantando al son de sus guardabrisas pero no es de un saetero, es la de un
capataz torero que siempre lleva sin prisas a esa Esperanza con Gracia que
aunque habita por San Roque parece andar por el cielo y la misma Luna acaricia.
- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 2009.
Enrique Henares Ortega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario