Y es verdad, ha sido preciso un gran esfuerzo, pero todo está a punto. Es
casi el último instante: cuando en la Capilla del Baratillo, o en Los
Panaderos, ni cabe el cuerpo de nazarenos, y hay dificultad hasta para
organizar la Cofradía. La puerta se abre. La Cruz de Guía es puesta en alto.
Hay un sordo clamor, como si el pueblo gimiera en el dolor: ¡Ven y sálvanos!
Cruz de Guía: "Oye, Cristo, el grito de tu Pueblo".
Habrá que superar lo que parece imposible en la Hiniesta: que los brazos de la Cruz, del Cristo de la Buena Muerte, no rocen la angosta puerta; o que en San Esteban, el palio salga intacto del juego de sus varales con el punteado de la ojiva.
Y palparemos, en la tarde, el gozo de ese barrio, San Gonzalo, porque sale a sanar la que es Salud de los enfermos, Reina de aquel extremo de Sevilla, Madre vencedora de dificultades, Madre del Hijo que sufre las intrigas de Caifás que le entrega a los romanos.
Y porque hay que caminar en gracia, os llevaré a la plaza de Carmen Benítez;
los balcones hechos como ramilletes de esperanza; la multitud estrenando
Domingo de Ramos. Ya avanza el Nazareno en el calor de la tarde. A la
estremecedora "levantá" del palio, se oye la caída del manto sobre el
poyero. Sale Gracia y Esperanza. ¡Qué bien suena ese palio al andar! Y a ese
cofrade de verdad, que culmina así todo un año, que -entregado- vivió la vida
de la Hermandad..., le asoman lágrimas, llora mansamente de alegría: así,
¡hasta tiene derecho a llorar!.
Venid con ojos limpios para ver a Cristo en San Benito, por la Calzada.
Seguro que Pilatos no sabía que presentaba al nuevo modelo de Hombre, nuestro
orgullo. Porque mostrándonos -con ese dedo- al Hombre-Dios, roto, y con
espinas, decía al hombre de hoy, sobre todo al maltrecho y marginado: ¡He aquí
al Hombre que hace nueva tu dignidad! Sí, porque Jesús es el Hombre, el Hombre
nuevo. Con Él por delante, podemos concurrir y concurrimos, a cara descubierta,
ante el resto de la humanidad cuando vemos en el hombre su propia Imagen. Así,
se construye el Reino de Dios entre nosotros; que sólo así llegará el día en
que oigamos: "Ven a mí, porque tuve hambre y me diste de comer, estuve sin
trabajo y luchaste por dármelo; enfermo y me hiciste compañía; vivía de forma
infrahumana y te preocupaste; no sabía y me enseñaste; estaba equivocado y me
corregiste; y abandonado, recibí tu amparo".
Puente,
sol de la tarde, Viernes Santo, Muerte y Vida. Entre el río, allá abajo, y las
marismas eternas, todo un Dios clavado que viene de una punta de Triana. Sus
brazos van al ras del horizonte aljarafeño y el sol del Altozano lo lleva en
sus espaldas; su sombra se copia en el suelo de Sevilla, y no hay quien borre
esa sombra por los siglos.
En todo el mundo, Cristo en la Cruz es un apretón de apuros al Crucifijo que se
agarra, al que se habla. Pero en Sevilla, tener a un Cristo así clavado, es
plenitud y gozo.
- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 1985.
José Luis Peinado Merchante.
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