Tu cofradía iba creciendo de noche
en noche, limpiando la plata y pespunteando cuaresmas. Sábado Santo aquél de
Santo Entierro y de Estandarte recogido en casa hasta llegar el Corpus. Empezaban
entonces las casas de Hermandad, tímidamente, según el poderío. Vuestra Casa era
la cochera de algún hermano o la misma Sacristía de la Iglesia. Noches de
tabaco de picadura liados con el mimo que da la escasez; noches de Radio,
noches de Cruz de Guía; noches de horas y horas de tertulia,
-"¿Estas son horas de llegar,
Antonio?",
-"Mujer si es que ha venido Don
Gonzalo, el capellán del aire";
Noches de reparto de túnicas, así a
ojo, en lo que no fallabas nunca:
-"A ese niño tráele la
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Y le iba perfecta, luego a su casa a
orearla y a que su madre le cambiara la tela del antifaz "que nunca se sabe
quien la llevaba el año pasado"; noches de repasar las canastillas con purpurina; noches de
fiambreras de bacalao con tomate esperando en vísperas que algún hermano llegara
tarde al reparto. Noche y noches y tardes y tardes. Tardes de zaguán y de
costaleros que saben que los zaguanes de Sevilla son los camerinos donde vestirse de
héroes.
-"Niña, ¿cuántos nazarenos
dices que salen este año?" "¿Mil setecientos?". ¡Madre del Amor
Hermoso!. Pues no nos hemos llegado a inventar cosas para estirar la Cofradía.
Cuando eras Diputado de Cruz de Guía
tenías que ponerte de acuerdo con el Diputado Mayor de Gobierno si
parabas la cruz en esa calle a la altura de la primera cartelera del cine o de la última,
porque siempre le faltaban diez metros de cofradía junto al Palio.
Ese mismo Cristo que está
anunciándose en los tambores que ya te retumban en el pecho, es el Cristo de la fotografía
de tu recibidor, junto al viejo bastón que gastó tu padre y que has gastado tú, sobre un
jarrón con destellos rojos que nunca acaban de oler a campo pero sí a nostalgia y
junto a la misma silla que todos los años conoce el camino de subida y de bajada.
Conoces la mirada de esos ojos porque es lo primero que has estado mirando toda tu vida
al entrar en casa, yendo o viniendo de aquél
trabajo que hoy te ha dejado una
calderilla y la fotografía en colores del día de tu jubilación. En el horizonte
relampaguean los ojos de la tarde que al apagarse dejan escuchar la voz antigua de los
cielos de abril.
Realmente la casa no debería tener
tantos espejos. Desde que estáis solos no necesitáis veros más que el uno al
otro. A veces la vida te parece una cosa tan vana que hasta sientes deseos de ir
apagando las lámparas para que tus ojos descansen en la sombra. El café siempre acaba
derramándose en tus pantalones, algún canalla aparta las paredes de casa para que
no te apoyes y ya han de decirte dos veces las cosas para que las oigas bien.
Sin embargo quisieras sacudirte el
polvo de los días y bajar con ellos a llenarte los ojos de lágrimas y los bolsillos de
caramelos, a sujetar tu antifaz con tu mano vigorosa, a mirar muchachas agazapado en tu
anonimato, a saludar discretamente con un gesto de tu mano a los conocidos de la
carrera oficial, a escuchar de nuevo al Brigada Rafael, a mirar una y otra vez a esa
Dolorosa que obra el milagro serpenteante de una larga hilera de nazarenos... ¡Ay, si
tuvieras cincuenta desengaños menos !
- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 2001.
Carlos Herrera Crusset.
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