Entre las 2 y las 3 de la madrugada, Jesús es sometido a la farsa
prevaricadora y astuta del proceso religioso ante Anás y Caifás. Ha de apurar
también el cáliz de ser condenado por la hipocresía y el torvo espíritu que
siempre habían despertado en Él las más valientes imprecaciones. A estas horas
están saliendo el Silencio y el Gran Poder; señores, sobran palabras cuando la
flor oscura de la noche retrocede ante el pasmo de Dios. Están saliendo a estas
horas la Esperanza de Triana y la Angustia de los Gitanos para que Jesús sienta
a su vera el calor de unos hombres que nunca entendieron de hipocresía.
Lenta la madrugada avanza, las 4, las 5, las 6; Jesús está solo, sus
discípulos huyen, Pedro le niega, Juan observa a distancia; la soldadesca, para
acallar la inquietud de sus conciencias, se burla y le abofetea. Es ciertamente
la hora de las tinieblas. Es también la hora en que imperceptiblemente, se
diría que con la intervención de hilos invisibles, está saliendo el Cristo del
Calvario; es también el momento en que el Gran Poder engrandece con el poderío
de su carga los giros difíciles de Orfila y Angostillo; es el momento en que el
Nazareno de San Miguel entra en su templo abrazado a su cruz y abrazado a la
prieta gavilla de dolor y penitencia que sus nazarenos han ido cosechando. Son
las horas del recoleto silencio; dejemos hablar a un poeta:
Sólo oirás mi silencio, como rumor de
fuente,
como la paz de un lago, creada por tus manos,
trayéndote el reflejo de Dios para alabarte.
Confundidas las almas
en las anchas llanuras del silencio, en su noche
sin bordes esperaremos.
como la paz de un lago, creada por tus manos,
trayéndote el reflejo de Dios para alabarte.
Confundidas las almas
en las anchas llanuras del silencio, en su noche
sin bordes esperaremos.
Va amaneciendo, el día trémulo acude a la cita, Jesús va y vuelve de Pilatos
a Herodes, de Herodes a Pilatos. Después de la hipocresía tenía que dejar
estigmatizada para siempre la cobardía y la soberbia. Anda también de camino el
Cristo del Calvario en el marco caliente y redondo del Postigo, y la Esperanza
de Triana en la calle Adriano cuando las luces místicas de la Catedral van a
cambiarse por la luz del alba que le anuncia con una caricia el río. Las 9, las
10, Jesús otra vez solo mientras le azotan, le coronan de espinas y conoce de
nuevo las burlas y blasfemias. Mientras su Madre estaría desasosegada y
temblorosa buscándolo. La Esperanza de Triana a la puerta de su templo, la
Virgen de los Gitanos en la Encarnación, conocen en apretado cerco a este nuevo
pueblo de Jerusalén que no las abandona, que quiere compartir su dolor,
mostrarse hijos por el Hijo que no encuentra.
Van llegando las horas del Vía Crucis y del Calvario, Jesús toma su Cruz, se
clava en su Cruz. Su Madre se clava en la suya. Aquí está la Macarena con su
dolor incontenible yendo a consolar a los que sufren en el Hospital de las
Cinco Llagas. Aquí está la Macarena rodeada de todo su pueblo que se resiste
unánime a dejarla sola, que agota los recursos de su exuberante fantasía para
consolarla, agasajarla, mimarla y aturdirla tanto, tanto, que termina por
hacerle florecer en su rostro de flores esta misteriosa y dulcísima sonrisa
entre lágrimas.
- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 1962.
Sebastián García Díaz.
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