Y terminado el recorrido de nuestro sentimental itinerario, volvemos de
regreso hacia el rincón íntimo del hogar, y otra vez por fortuna, volveremos a
encontrarnos frente a frente, con esta Sevilla familiar, reducida, limitada y
aparentemente detenida.
Con esta bendita Sevilla, Mariana por excelencia, que sabe transformarse al filo luminoso de cada Salve, o al borde blanco y dulce de cada Ave María. Con esta Sevilla, aparte en concepto y en idea.
Con esta Sevilla donde se puede ver bailar -como un símbolo- ante Dios mismo, bajo la impresionante majestuosidad de las bóvedas catedralicias; donde
vamos a nuestro Cristo, como a Supremo Abogado de todas nuestras necesidades y
a nuestra Virgen, como a Refugio único de todas nuestras tribulaciones. Con
esta Sevilla universal, que supo levantar un día su Giralda hacia el cielo. Otro, su torre del Oro hacia el mar. Otro, su Parque de María Luisa para
deleite de la tierra. Otro, su Archivo de Indias para goce de su aire, y otro,
su Alcázar para recreo de su luz y de su sombra. Y creó también, como compendio de perfección y perfección de perfecciones,
el "paso" de palio, para trono de María.
Y para llevar en triunfo sobre ese "paso" a la Madre de Dios,
Sevilla cuenta con manos maestras, que saben hacerlo encanto por sentido del prioste, filigrana por sueño del orfebre, y florido vergel, por obra del
florero.
Y tiene y cuenta también, con la voz y el esfuerzo de sus capataces y
"costaleros" que son como los geniales taumaturgos de nuestro gran
milagro procesional, y como los poemas de arte mayor de esa antología pasional
y única de Sevilla, porque saben hacer soplo, ritmo y arabesco del tiempo y del
espacio, con ese secreto del milímetro estético, que le metió en el alma y en
el corazón, la luz y el aire de Sevilla, convirtiéndolos así, en ingenieros del
primor y en arquitectos de la gracia.
Y voy a terminar: Ya sé que todo lo expuesto, sólo serán reflejos más o
menos acertados de la auténtica realidad que constituye la Semana Santa
sevillana; ya sé que la Semana Santa de Sevilla, no es ni esto ni aquello otro
concreto y determinado, por caer siempre dentro del área de lo indefinible; ya
sé que nuestra Semana Santa es una especie de consorcio de lo humano con lo
divino; del dolor con la alegría; del amor con el sueño; de la vida con la
Muerte y que sólo puede comprenderse cuando pasada ésta, sorprendemos un
cofrade solitario ante el paso de su Cristo o de su Virgen, en mudo diálogo,
donde siempre sobra la palabra. Sabiendo traducir el valor de su gesto, su
mirada y su lágrima. Contemplando la espalda desnuda de un
"costalero" anónimo, o el hombro y los pies de un penitente que
caminó varias horas bajo el peso de una cruz, o arrastró las pesadas cadenas de
su dura penitencia, implorando un favor, o rindiendo tributo de gratitud a una
gracia recibida.
- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 1956.
Antonio Rodríguez Buzón.
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