miércoles, 12 de marzo de 2014

SEVILLA EN ... EL PREGÓN DE LA SEMANA SANTA (12 de marzo)



La Semana Santa nace cuando el Señor hace su Sagrada Entrada en Sevilla por la rampa del Salvador. Se bautiza en historia de la ciudad en San Julián, ante la Virgen que dijo: "Soy de Sevilla, llevadme a ella". Se confirma en los Terceros con el Dios humilde y paciente que aguarda ilimitadamente en los sagrarios. Después, se derrama por toda la ciudad. Y todo son manos que se cogen a otras que las guían en su primera salida procesional; ojos que buscan con amor a otros ojos, tras un antifaz; jóvenes que escriben -es primavera- pasión con minúscula; familias que llegan desde barrios lejanos para perderse en las bullas, porque Sevilla las llama. 

Éste es el momento de decir que en nuestra Semana Santa, tan sensual, tan capaz de extrovertir todo en lo visible, lo más importante es lo invisible. Que no hay palio andando al son de Gómez Zarzuela, de Farfán, de Font, ni misterio meciéndose de costero a costero mientras suenan en plenitud de tradición cornetas y tambores, que se pueda comparar a la belleza de lo que va a suceder en las estancias de la memoria, en lo hondo de los corazones. Que sólo recluidos en nuestras celdas de ruán y esparto, o crecidos en nuestros palacios de terciopelo, encontramos la serenidad y vivimos con la mayor hondura la Semana Santa: en ningún sitio cabe más de ella que dentro de una túnica. 

Esta conquista de lo invisible y de lo sereno es la tarea más difícil que nos proponemos cada Semana Santa. El Domingo de Ramos, con su urgencia de vida, no lo logramos. Es tanto nuestro deseo que su objeto se nos va de entre las manos, y decimos, apenas empezada, "ya empieza a acabarse la Semana Santa". Porque sabemos que el tiempo muerde, como un perro rabioso, tanta alegría esperada. Y sentimos frío en la plenitud de la tarde. Vamos a ver la Sevilla antigua y popular de San Roque entrando en la ciudad por la Puerta Osario -terciopelo, oro, túnica bordada, cornetas y tambores de la Centuria, canto transparente de bambalinas- y ya sentimos que es tierra dejada atrás la alegría dorada y rosa del barco de la Borriquita bajando por Entrecárceles; y el Cristo de la Humildad y Paciencia, tan querido, tan mío, absorto entre la multitud, indiferente en su angustia a tanta vida; y la clara elegancia de la Virgen del Subterráneo entre los naranjos de Doña María Coronel, primer manto que cada año veo alzarse y caer en ese breve vuelo de la levantá que es el suspiro de los pasos de palio. Tierras de belleza que no volveremos a pisar hasta el año que viene. La luz de la tarde pierde el brillo de estar recién nacida. Crecen las sombras. Y nos preguntamos si así se irá todo, sin recordar que el tiempo se parará cuando llegue el Jueves Santo. Es que nacemos cada Semana Santa, y tenemos que aprenderlo todo cada año. 

El tiempo y la memoria son las claves de esta fiesta, el punto en el que se unen todas sus emociones. Corren y se mezclan los tiempos alrededor de los pasos en el Domingo de Ramos, se anudan los recuerdos a ellos como el cíngulo que ciñe la hojarasca de la Carretería, y se tienden cabos de unos a otros, hasta formar esa cálida red que convierte a la Semana Santa en tejido vivo de la memoria de cada sevillano.


(…)


Cuando se consuma el Domingo de Ramos en el Salvador, en al torno paso de Cristo que representa tan absolutamente su nombre que parece querer salirse de la cruz para seguir entregándose, aun después de muerto, por Amor, se anuda el recuerdo de una primera Semana Santa de noche, solos padre e hijo, retirados la madre y el hermano, más pequeño. Y se tiende un cabo azul y blanco, desde el paso de la Estrella, que se une al del Amor; para que cuando en la medianoche éste se pierda entre los naranjos a la luz de sus seis candelabros, oyéndose sólo ese último latido del Domingo de Ramos que son los pasos de sus costaleros sobre la rampa, estén unidos los tres, padre, hijo y nieto en el nombre de Sevilla y de su Dios. En ese momento al hijo le parece sentir sobre su hombro el peso de la mano de su padre, mientras apoya la suya sobre la de su hijo. Y de uno a otro circula en silencio la mejor y mas pura tradición sevillana.

- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 1996.
     Carlos Colón Perales. 

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