martes, 11 de marzo de 2014

SEVILLA EN ... EL PREGÓN DE LA SEMANA SANTA (11 de marzo)



Para más asemejarse a la Pasión que se conmemora,  también la mujer sevillana tiene su simbólica intervención junto al cofrade en la Semana Santa de Sevilla y también a ella debemos nuestro íntegro reconocimiento por su valiosa y eficaz colaboración. 

Un día,  un buen amigo  y magnífico cofrade, me hablaba de la  necesidad y justicia de este tributo de público homenaje  hacia esas mujeres,  que a semejanza de  aquellas que intervinieron en la Pasión de Cristo, ponen lo mejor de su entusiasmo  al servicio de la Cofradía. 

Y es verdad; la mujer sevillana lleva como unida su vida y sus afanes a la vida y al afán del cofrade, y también como hermana sueña y participa en todos nuestros desvelos e inquietudes. También ella, dejó allí, sobre el altar de su Cristo o de su Virgen, las flores con reflejos de blancor eucarístico en el ramo de su primera Comunión florecido en sonrisas angélicas,  y el lleno de promesas e ilusiones de sus nupcias matrimoniales. También ella es, quien toca con sus manos temblorosas el cielo mismo de nuestro más limpio amor cuando viste y enjoya nuestras benditas Imágenes, al ejercer su cargo de camarera; y quien inculca ese bendito amor en la blanca ternura de los hijos, la flor más primorosa de nuestra Sevilla Pasional, y quien sabe vestir como nadie pudo imitar la calada espuma de la negra mantilla, prendida por el beso rojo de unos fragantes claveles cuidados con mimo especial durante todo el año, para la paz del Sagrario, para los pies de su Cristo, y para el momento tan sublime como anhelado de esa tarde única en el mundo, que es la tarde del Jueves Santo de Sevilla.


Y también ella es madre. Madre, a semejanza de aquella que dio al mundo en Belén una noche que no tuvo crepúsculo, el Verbo hecho carne; que por amor al Hijo, vio su pecho  traspasado por una espada de dolor;  que huyó a Egipto, por salvar la vida del Divino infante,  y que lo perdió un día regresando de Jerusalén, para hallarlo después de terrible búsqueda, hablando a los doctores en el Templo. 



Madres, que nos enseñaron a rezar; que cuidaron de nuestras vidas; que enjugaron nuestras lágrimas; que calmaron nuestro dolor y que iniciaron y encauzaron nuestra existencia, en la encendida devoción hacia la Pasión Redentora. 


Madres benditas, de las que nos queda, cuando no el regalo de su presencia viva, su recuerdo perenne al hilo de una oración constante, que suplica su ayuda, desde ese cielo que sin duda ganaron, con una vida llena de virtudes y sacrificios. 


Y también ella es, la mujer sevillana, quien nos viste y cubre cada año con el hábito nazareno, y en ese día señalado en que vamos a realizar esa última estación de penitencia, que termina al cruzar la calle central de nuestro Camposanto -que también como un símbolo se llama de la Fe- para dejar depositado nuestro despojo físico bajo la tierra sobre la que se alza el Cristo Expirante de las Mieles, y a cuyas plantas florecen los rosales entrelazados, como una última oración, surgida de la propia muerte de todos los cofrades de Sevilla. 

- Pregón de la Semana Santa de Sevilla. 1956.
     Antonio Rodríguez Buzón. 


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