"Y como
en Sevilla no hay obligado de la carne cada uno puede
traer la que quisiere, y la que primero se mata, o es la mejor o la de más
baja postura. Y con este concierto hay siempre mucha abundancia. Los dueños
se encomiendan a esta buena gente que he dicho, no para que no les hurten
(que esto es imposible) sino para que se moderen en las tajadas y socaliñas
que hacen en las reses muertas, que las escamondan y podan como si fuesen sauces o parras. Pero ninguna cosa me
admiraba más, ni me parecía peor que el ver que estos jiferos con la misma
facilidad matan a un hombre que a una vaca; por quítame allá esa paja
a dos por tres meten un cuchillo de cachas amarillas por la barriga
de una persona como si acocotasen un toro. Por maravilla
se pasa día sin pendencia y sin heridas, y a veces sin muertes. Todos
se pican de valientes, y aun tienen sus puntas de rufianes. No hay ninguno que no tenga su ángel de guarda
en la plaza de San Francisco, granjeado con
lomos y lenguas de vaca".
Es éste un fragmento de "El coloquio de Cipión y Berganza" donde se nombra la "Plaza de San Francisco", tal y como se indica en el azulejo que buscábamos. La cuestión era situarlo exactamente en la plaza. Para ello sólo tienen que cruzar el "Arquillo" del Ayuntamiento; en su interior lo pueden encontrar.
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