"Había exactamente once bares en los trescientos metros que separaban Casa Cuesta del Puente de Triana. La media era uno cada veintisiete metros y veintisiete centímetros, calculó mentalmente don Ibrahim, más acostumbrado a libros y números. Cualquiera de los tres compadres podía recitar la relación completa hacia adelante, hacia atrás, o en orden alfabético: La trianera. Casa Manolo. La marinera. Dulcinea. La taberna del Altozano. Las dos hermanas. La cinta. La ibense. Los parientes. El bar Ángeles. Y el Kiosco de las flores al final, ya casi en la orilla, junto al azulejo con la Virgen de la Esperanza y la estatua de bronce del torero Juan Belmonte. Se habían detenido en todos y cada uno de ellos a discutir la estrategia, y ahora cruzaban el puente en estado de gracia, evitando pudorosamente mirar a la izquierda, hacia las nefastas edificaciones modernas de la Isla de la Cartuja, y recreándose en el paisaje que se ofrecía a la derecha, Sevilla de toda la vida, hermosa y reina mora, con las palmeras a lo largo de la otra orilla, la Torre del Oro, el Arenal y la Giralda. Y casi a tiro de piedra, asomada al Guadalquivir, la Plaza de toros de la Maestranza: la catedral del universo donde la gente iba a rezar a los hombres valientes que la Niña Puñales cantaba en sus coplas."
Arturo Pérez-Reverte
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